
“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz que trae buenas nuevas…!”
(Is.52, 7)
Con esta proclamación profética, llena de júbilo y esperanza, da la bienvenida al año nuevo, esta porción del pueblo de Dios, de la Diócesis del Espinal, que camina junto a las parroquias y comunidades en busca de un encuentro con el Evangelio. Dios quiera y es el deseo de todos, que en este año Santo de LA MISERICORDIA, haya un decidido y auténtico compromiso de ser discípulos misioneros para llegar a los fieles más necesitados de la presencia de Dios, para que ellos lo reconozcan cómo su Señor y Salvador, siendo en adelante testigos de la fe, el amor y la esperanza.
Con esta perspectiva, la Diócesis del Espinal se ha planteado nuevos objetivos y metas que contribuyan al fortalecimiento, crecimiento y formación de las pastorales existentes, para que las comunidades parroquiales sean dinámicas, vivas y comprometidas e irradien la luz del Evangelio y el buen olor de Cristo, realidad que será posible con la entrega generosa de cada uno de los sacerdotes, parroquias, comunidades religiosas y laicos, que sin escatimar tiempo y esfuerzo, lo dan todo por la causa del Evangelio, cuya recompensa buscada es el Reino de los Dios, para ellos, su familia y comunidad.
El compromiso y tarea es buscar a las ovejas perdidas llevándolas hasta el redil y pastorear a las que conocen al Pastor que ha dado la vida, para que el lobo no les haga daño ni las arrebate con falsas promesas. Que sean acompañadas, acogidas y evangelizadas los 365 días del año. Ellas están siempre necesitadas de una palabra esperanzadora y profética, donde niños, jóvenes, adultos, profesionales, padres, madres, hijos, abuelos, pobres, ricos, hombres, mujeres, trabajadores, empresarios, docentes, estudiantes, gente del campo y de la ciudad, sientan que su casa es la Iglesia Católica y su morada el Cielo. Este año Santo de la Misericordia es una bella oportunidad para anunciar a las comunidades el Evangelio con profundidad y a despertar el anhelo de comunión con
Cristo y la Iglesia, manifestado en el amor a la Eucaristía y al prójimo, que empujen a ayudar a los pobres, a estar cercanos y comprometidos con el mundo actual; a defender a la infancia, la juventud, la familia, a los marginados, a acompañar a los enfermos, a los presos, a los ancianos que viven solos y a todos aquellos que están necesitados de una palabra y un gesto de amor, de perdón y de esperanza.
Dicha misión es posible porque cuenta con fieles y líderes comprometidos con sus parroquias y comunidades, fieles y ejemplares, acogedores y respetuosos, orante siempre por el Papa, Obispo y sacerdotes, profundamente Marianos y misioneros, celosos de la fe, de la moral y de la ética, y porque los sacerdotes son bien formados y actualizados, nobles, buenos, honrados, generosos, trabajadores, serviciales, disponibles, austeros y sencillos, y sobre todo es posible porque la gracia del Señor nos acompaña siempre. El deseo de este año nuevo es vivir a ejemplo de la primera comunidad primitiva: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez del corazón.” (Hc 2, 44 – 46). De esta forma, el mensaje de la Iglesia llegará a todos los rincones de la diócesis y se dará cumplimiento de la misión dada por Cristo: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn.17,3).
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